miércoles, 6 de febrero de 2013

Begin again.

Es curioso. Cuando sales con alguien es como si dieras un cursillo intensivo sobre esa persona.. Sus gustos, sus manías, sus altibajos... Pero después, cuando todo acaba (porque lo hará, siempre lo hace) todas y cada una de esas cientos de lecciones y cosas aprendidas dejan de ser útiles y ya no nos sirven para nada. Y ahí llega la impotencia. Tú, que te has preocupado durante todo este tiempo de intentar llegar a comprender y saber llevar a tu pareja, ahora descubres que ha sido un trabajo en vano. Muy en vano. Y ¿qué hacer con todo eso qué sabes? De nada te servirá con otras personas, porque puede que a tu siguiente pareja también le gusten los macarrones con queso y no soporte que le veas llorar, pero no opinará igual sobre política, ni le gustarán las mismas cosas en la cama. Y esto es lo que nos cabrea tanto cuando acaba esa maldita relación. Ahora sois dos extraños que se conocen muy bien, que podrían enumerar todos y cada uno de los lunares de la espalda y que con solo miraros sabríais en qué piensa el otro. Pero a volver a empezar, a volver a conocer a otra persona, a aprender cosas nuevas. 
Pero ¿quién ha dicho que eso sea malo? Imaginemos por un segundo que todas las relaciones en las que nos embarcamos sean iguales, con los mismos gustos y costumbres. ¿Qué gracia tendría entonces? La parte más bonita de una relación es también la más difícil: CONOCERSE.

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